DÍA 8: Novena a Nuestra Señora del Buen Viaje como “Iglesia Posta de Caminantes”

Madre enséñanos a ser un pueblo y una Iglesia hospitalaria y acogedora, a hacer honor a nuestra misión de ser la posta, el descanso, el refugio, el auxilio, el ánimo que anima a los caminantes
(Mons. Jorge Vázquez, Homilía fiestas patronales 2018)

Propuesta de oración para cada día

Este esquema es solo una propuesta, que puede adaptarse según convenga las circunstancias. La novena tiene distintos temas, que están acompañados por una cita bíblica. Tiene dos momentos, uno personal o comunitario de preparación para meditar el tema, y un segundo momento celebrativo en el templo. La propuesta sería:

Primer momento de preparación

  1. Ponerse en presencia de Dios y Oración inicial a la Virgen del Buen Viaje.
  2. Cita bíblica.
  3. Reflexión y actualización del tema.
  4. Preguntas para ir meditándolo en la propia vida personal y comunitariamente.

Segundo momento celebrativo

  1. Ponerse en la presencia de Dios y Oración a la Virgen del Buen Viaje
  2. Cada día puede tener una intención especial
  3. Acción de gracias por algún fruto de la meditación del día
  4. Se puede seguir con el rezo del rosario, o con Padrenuestro, Avemaría y Gloria
  5. Oración de conclusión a la Virgen del Buen Viaje

Día 8
La Eucaristía, “posta” en la tierra “de los caminantes” hacia el cielo
Rom. 12, 1-2

En nuestro peregrinar por este mundo hacia la casa del Padre, la celebración de la Eucaristía es la posta donde adelantamos ese encuentro. “En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos” (SC 8). La misa es el cielo en la tierra, un adelanto de lo que un día será eternamente. La Eucaristía es posta de camino, y también posta de los que estuvieron y se fueron por otros caminos. Si en algún momento han pasado por la misa, y quisieran volver, tienen el recuerdo y la experiencia. “De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan familiar como la Misa. Con sus oraciones de siempre, sus cantos y sus gestos, la Misa es como nuestra casa” (Scott Hahn).
De la dispersión de la que se viene, porque cada uno viene de un lugar distinto, se pasa a la reunión. Más que los que buscan a Dios, son los que responden a su llamada. Son los convocados por Dios, y eso es lo que llamamos asamblea. Cuando humanamente no entendemos porque tal o cual se encuentra en una Eucaristía, podemos preguntarle a Dios que fue quien lo convocó. El fundamento que sostiene una asamblea litúrgica no son las capacidades humanas de relación, sino Dios y sólo desde él se puede vivir la comunión. “Cada uno” pasa a ser constituido en un “nosotros”, “los reunidos” pasan a ser “una comunidad”. Nadie celebra solo, siempre se concelebra siendo y sintiéndose parte de esa comunidad.
Quisiéramos asociar el momento del acto penitencial a la hospitalidad de la que venimos profundizando. ¿Qué nos aporta la “posta” del acto penitencial dentro del “camino” hacia la comunión? ¿Cómo podríamos experimentar la “hospitalidad” en este rito?
Como la liturgia es obra de la Trinidad, en ella celebramos. Esa es nuestra casa, en ella entramos. Dios es amor, y al entrar en esa casa de amor, nos damos cuenta de que nosotros no lo somos totalmente. Caer en la cuenta del propio pecado a la luz del amor de Dios puede hacernos pensar en que somos pecado, de que esa es toda nuestra realidad. Que la Iglesia nos invite a pensar en penitencia al comenzar la celebración no es para centrarnos en nosotros mismos, sino en Dios. Considerar nuestro pecado nos ayuda a conocer más profundamente a Dios y su amor. No somos pecado, porque nunca dejamos de ser hijos de Dios. Somos hijos, pecadores. El fin del acto penitencial no es tanto que nos reconozcamos pecadores, sino que sepamos que el Padre nos reconoce hijos, aunque no nos comportemos como tales. Es en ese momento penitencial donde nos damos cuenta que la primera realidad no es el pecado, sino el amor, y de que más allá de nuestras posibilidades, Dios no condiciona su modo de amar. Creemos en un Dios que nos ama y al experimentarlo en el acto penitencial, creemos que es amor. No solo lo sabemos, sino que lo creemos. Viéndolo en el contexto más grande como es el amor de Dios, el acto penitencial nos regala un momento de alegría. Sentirse amado, recibido y aceptado hace que la misa sea una fiesta.
Al acercarnos al sentido del acto penitencial, podemos también considerar la importancia que tiene el tema de vivir en la verdad para poder entrar en comunión. Participar de la misa, de la vida de Dios, no puede hacernos caer en la tentación de pensar solamente en nuestro lado espiritual y esconder el que podríamos considerar no apto para Dios. Somos invitados a que todo lo que somos y todo lo que tenemos se haga presente, quizás como no podríamos hacerlo en ningún otro lado. Somos invitados a celebrar la Eucaristía con todo nuestro ser y no llevar simplemente nuestro lado “piadoso” al encuentro con Dios. En al acto penitencial nadie nos acusa, somos nosotros mismos los que nos acusamos y por eso decimos en la oración: “yo confieso, ante Dios todopoderoso, y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho…”.
La eucaristía no es solo lugar de amor y paz. En ella deben tener lugar todas las realidades humanas para llegar al amor y la paz de la comunión. Sabemos que es parte del mundo los conflictos, las luchas, los rechazos, las heridas que provocamos y nos provocan. El acto penitencial hace presente estas realidades para poder enfrentarlas y nos invita a superarlas en experiencias de amor. “Más allá y por encima de estas difíciles y a veces penosas situaciones, e incluso dentro de ellas, hay lugar para la ternura, actitud que trasciende los conflictos y los humaniza, porque la ternura es suplica y aceptación de perdón… no elimina los conflictos, pero si los humaniza” (Gerard Fourez). Hacer del acto penitencial “posta”, nos invita a asumir todas estas realidades y transformarlas en un amor que nos permita continuar nuestro camino hacia la comunión. Que la Eucaristía sea “posta” en la tierra nos hará conscientes, y deseantes, de seguir caminando definitivamente hacia la casa del Padre.

Revisemos nuestra experiencia eucarística como posta de peregrinación hacia la casa del Padre

  • ¿Qué lugar de importancia tiene la Eucaristía en nuestra vida de fe? ¿Pregustamos el cielo? ¿Lo deseamos? ¿Deseamos llegar a la casa del Padre? ¿Cómo nos preparamos para eso?
  • ¿Es la misa un lugar de reunión que nos ayuda con nuestras dispersiones (ya sean interiores o con los hermanos)? ¿Veo a quienes participan como llamados, convocados por Dios? ¿Puedo pasar del yo al nosotros para celebrar como comunidad?
  • ¿Qué experiencia tenemos del acto penitencial en la misa? ¿Ponemos el amor de Dios en el centro o el centro soy yo y mi pecado?
  • ¿Tenemos confianza de reconocer delante de él nuestro pecado? ¿Es una experiencia que me ayuda a crecer como hijo amado? ¿Ese amor del Padre me produce alegría?
  • ¿Podemos presentarnos delante de Dios con toda nuestra verdad, sin ocultarle nada? ¿Podemos integrar en la celebración los conflictos, las luchas, los rechazos y traiciones para humanizarlos y transformarlos con el amor y la ternura de Dios?

Oración día 8

Catedral de Morón

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