Encuentros para vivir la espiritualidad sinodal por el camino de la hospitalidad
Madre enséñanos a ser un pueblo y una Iglesia hospitalaria y acogedora, a hacer honor a nuestra misión de ser la posta, el descanso, el refugio, el auxilio, el ánimo que anima a los caminantes.
(Mons. Jorge Vázquez, Homilía fiestas patronales 2018)
Propuesta de oración para cada día
Este esquema es solo una propuesta, que puede adaptarse según convenga las circunstancias. La novena tiene distintos temas, que están acompañados por una cita bíblica. Tiene dos momentos, uno personal o comunitario de preparación para meditar el tema, y un segundo momento celebrativo en el templo. La propuesta sería:
Primer momento de preparación
- Ponerse en presencia de Dios y Oración inicial a la Virgen del Buen Viaje.
- Cita bíblica.
- Reflexión y actualización del tema.
- Preguntas para ir meditándolo en la propia vida personal y comunitariamente.
Segundo momento celebrativo
- Ponerse en la presencia de Dios y Oración a la Virgen del Buen Viaje
- Cada día puede tener una intención especial
- Acción de gracias por algún fruto de la meditación del día
- Se puede seguir con el rezo del rosario, o con Padrenuestro, Avemaría y Gloria
- Oración de conclusión a la Virgen del Buen Viaje
Día 9
Discípulos amados para ser “posta” de María “caminante”
Jn. 19, 26-27
En el cuarto evangelio, Juan hospeda a María. “Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa” (Jn 19, 27b). María, la que hospedó a Jesús en su vientre, ahora es hospedada por mandato de ese mismo hijo. María, posta de Jesús, pasa a tener su posta en Juan. ¿Por qué Jesús, habiendo experimentado lo que es ser hospedado por María no le pidió que hospedara a Juan? Adentrarnos en el sentido del texto nos ayudará a nuestra propia relación con María.
Para entender este encuentro entre María y Juan al pie de la cruz, situemos estos personajes en el cuarto Evangelio. Para ambos, es la segunda vez que aparecen. María lo hará antes en la escena de Caná (Jn 2, 1-11) y Juan en la última cena (Jn 13, 23- 25). En esta escena, Jesús es el protagonista y es la única escena del calvario donde él toma la palabra. Y junto a él estos dos personajes que no se identifican por su nombre sino por su relación con Cristo: “la Madre” y “el discípulo amado”. A partir de Jesús se relacionan entre ellos, es el fundamento del vínculo. Jesús define las relaciones y los sentidos, porque los revela dentro del plan de Dios. Hospedar a una persona es también hospedar el plan de Dios en él. Es el momento en el que las misiones (la de María – la de Juan) se encuentran en la única misión (del Padre).
Jesús se pone en el centro y comienza el ministerio del mirar. La crucifixión concebida como un castigo en público estaba destinada a servir de advertencia general, por lo tanto la cruz era para ser observada. Dios transforma esa lógica humana de poder y violencia, en otra muy distinta, donde la cruz mirada es la expresión de la mayor entrega por amor. Jesús es mirado para que podamos conocer hasta donde pueden llegar las posibilidades del amor. Y como dijo Benedicto XVI, en esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
Jesús empieza a hablar al ver a su madre y al discípulo. Si ellos no están cerca, él no puede hablar. La palabra no es anterior al encuentro. La mirada que estaba puesta hacia Jesús, él mismo la dirige hacia los otros. La expresión “ahí tienes…” que dirige a María y luego a Juan es una fórmula de revelación. Jesús enseña a mirar. Les dice: ahí tienes (mirá) a tu hijo… ahí tienes (mirá) a tu madre. Mirá, contemplá, conocé, aprendé a descubrir aspectos que no habías encontrado antes. La mirada sobre el otro tiene que empezar por la escucha del Maestro, para conocer no solo quien es el otro, sino quien es el otro para mí, y quien es el otro para mí dentro del proyecto de Dios.
María, la madre de Jesús, la mujer
Las dos escenas en que aparece la madre de Jesús están estratégicamente puestas en Juan, una al comienzo y otra al final de la vida pública de Jesús. La escena de la cruz hace clara referencia a Caná. Allí, el hecho de que se mencione a la madre de Jesús en el primer versículo y el que ella plantee la cuestión del vino, claramente endereza la atención del lector hacia ella y sus expectativas. En la escena, María está atenta y se da cuenta del problema (falta vino), le habla a Jesús y le dice la novedad, y cuando no encuentra la respuesta que espera de su hijo, se dirige a los sirvientes (“hagan lo que él les diga”). ¿Qué hace Jesús frente a este modo de relación de María? Toma distancia: le dice “mujer” (se distancia poniéndola en si misma), “que tengo que ver yo” (se distancia en los criterios de las obras), “no ha llegado la hora” (se distancia del vínculo de sangre como madre y lo direcciona hacia el plan del Padre). A lo que se apunta es al discipulado, porque ellos vieron la gloria y creyeron en él (2, 11). En Caná le es rechazada a María su modo de intervención en favor de necesidades terrenas. Todavía no era la hora. Ni de Jesús, ni de María. “Hay que nacer de nuevo/de lo alto” decía Jesús a Nicodemo (Jn 3,3). María nació de nuevo y de lo alto… María aprendió…
Cuando llegamos a la escena de la Cruz es la misma madre de Jesús, pero no actúa del mismo modo. Ella sigue estando cerca (19, 25), pero es Jesús quien la ve (19, 26) y le habla: “ahí tienes a tu hijo” (19, 26). María se deja ver y escucha a Jesús. Pero también lo hará con su discípulo y deja que él disponga de ella para cumplir la voluntad de Dios. Es un nuevo fiat: “el discípulo se la llevó a su casa” (19, 27). María tiene autoridad frente a Juan. En primer lugar, por voluntad de Dios. En segundo, y en coherencia con ésta, la autoridad de la vida de fe vivida. La autoridad no le viene por un título (ser la madre de Jesús), sino por ser discípula en su propia vida. Por eso puede ser madre del discípulo.
El discípulo, es el amado.
De todos los discípulos, esa característica define a éste: es el amado. Un discípulo que se distingue por el amor que le ha tenido Jesús. Un discípulo que se sabe amado. La anterior escena donde aparece este personaje es en la última cena, que Jesús comparte con sus discípulos y donde “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). En ese contexto, “Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba recostado junto a él en la mesa” (Jn 13, 23). Estaba en el seno, que más allá de lo físico, manifiesta la situación de privilegio, afecto, intimidad entre dos personas. Aún es más fuerte si recordamos que es la misma expresión para describir la relación entre el Padre y el Hijo en el prólogo del evangelio (Jn 1,18). El discípulo amado esta junto a Jesús de la misma manera que Jesús esta con respecto al Padre. El modo característico del discipulado de Juan será entonces estar recostado, descansar, sobre el seno de Jesús. Santa Teresita de Lisieux escribió sobre este discípulo en un poema: “descansó su cabeza sobre tu corazón. ¡Señor, en su descanso conoció tu ternura, comprendió sus secretos!”.
Habitualmente encontramos la traducción que el discípulo “la llevó a su casa”, pero literal del griego es un poco distinta: “la llevó a lo suyo” o “a lo más propio”. Entender que la llevó a su casa, puede quedar reducido a algo material de vivienda o mantenimiento de una madre viuda sin hijos. Entender “lo suyo” como una relación que se establece en un espacio de intimidad espiritual también sería insuficiente. Lo propio del discípulo amado es que es el discípulo por excelencia. “Lo suyo” es ese discipulado especial de amado por Jesús. La madre de Jesús pasa a ser madre del discípulo por excelencia. Las ocupaciones de una madre de carne son bien distintas a las de una madre de discípulo porque no le alcanza a éste con reclinarse sobre el seno del Señor para comprenderlo. No es lo mismo relacionarse siendo un hijo de carne, que un hijo discípulo. A partir del momento de la cruz, esa es la actividad de María. Con respecto a Cana, María pasa de ser de la madre de Jesús a la madre del discípulo. El cambio no solo es de personas. Para comprender el Evangelio en su sentido profundo, “no puede entender quien no recline su cabeza sobre el pecho de Jesús y no haya recibido de él a María como a su propia madre” dice Orígenes.
María tiene una experiencia única de vínculo con Jesús, pero buscará en cada uno de sus discípulos la experiencia única de amor que cada uno tiene con él. La unicidad de vínculo no excluye otras experiencias únicas de amor. María es madre de hijos adultos. Ya no dice “¿por qué nos has hecho esto?” (Jn 2,48), sino que está presente acompañando y dejando que sus hijos cumplan los proyectos de Dios. Aun cuando puedan ser dolorosos, aun cuando no los entienda. En la cruz solo contempla y escucha. No hace nada, solo deja hacer a su hijo. En la cruz no hace nada, solo deja hacer a su nuevo hijo.
María le ofrecerá a Juan no tanto hechos o contenidos, sino la metodología del discípulo con la que ella misma vive: “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19), “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc. 2, 51). Las “cosas” son mucho más que palabras. Pueden también ser acontecimientos entendidos a la luz de la fe, es decir, inaccesibles si solo quisieran entendérselas desde categorías humanas. María estando en lo más propio de Juan le enseñará a guardar, meditar, conservar la obra de Dios en su vida, en la historia, y así también poder hacerlo en la vida de los demás. María le enseñará a ser discípulo “inclinando el oído de su corazón”, con invita san Benito. No como un simple ejercicio racionalista de ideas y conceptos, sino como un sereno habitar en y desde el corazón. María, madre del discípulo, tendrá su ministerio no tanto en el contar, sino en el enseñar a guardar y meditar, como la mejor herramienta para el crecimiento del discípulo.
Juan le ofrecerá sus experiencias de amor y ternura. Los latidos de Jesús, en esa última cena, cuando Jesús estaba amando hasta el extremo. Sus latidos grabados en los latidos de Juan que se hacen música a su alrededor. Del mismo modo que Juan descansa en el corazón de Jesús que descansa en el corazón del Padre, así continúa dejando que María descanse en su corazón. Juan le ofrece un modelo de hospedar en el que abre su corazón humano, y lo puede hacer, porque está sostenido por un corazón divino más grande que le ha abierto su corazón. La experiencia de ser imagen del Hijo siendo amado amante. Un discipulado en el que la única obra es “permanecer en el amor” (Jn 15, 9-11) que lleve a obras de amor que sean testimonio (3 Jn 1, 6). La “posta” es una comunidad de discípulos que son amados, amantes y en el mutuo hospedarse se enriquecen recíprocamente sin que cada uno tenga que dejar de ser él mismo.
Revisemos nuestra relación con María para hospedarla siendo discípulos amados amantes
- ¿Cómo es mi relación con María?
- “Ahí tienes…” Jesús nos revela a nuestros hermanos y nos enseña a mirarlos, ¿recibimos su ministerio del mirar e incorporamos la mirada que tiene de quienes nos rodean? ¿Aprendemos su ministerio? ¿Es Jesús el fundamento que sostiene mis vínculos? ¿Hospedamos el plan de Dios de los otros?
- Aunque ya tengamos un camino de fe, ¿podemos como María nacer de nuevo y de lo alto al escuchar al Maestro? ¿Escuchamos a los discípulos amados, a los que tienen experiencia de ser amados por Dios? ¿Tenemos autoridad de vida como discípulos?
- Como Juan, ¿nos sabemos amados y podemos dar testimonio de ese amor? ¿Descansamos en el corazón del Señor? ¿Tenemos un modo cordial de escuchar la revelación? ¿Tenemos discipulado de amado, es decir, de aquel que aprende a dejarse amar por el Señor?
- ¿Tomamos a María como madre de nuestro discipulado personal? ¿Pedimos a María que nos ayude a comprender la palabra que recibimos del Señor? ¿Nos sentimos acompañados por María en los momentos de cruz? ¿Entendemos sus silencios?
- ¿Le pedimos a María que nos enseñe el ministerio de guardar y meditar en el corazón la obra de Dios en los acontecimientos de nuestra vida y fe? ¿Aprendemos el ministerio de guardar y meditar para compartirlo con otros? ¿Le ofrecemos a María nuestras expresiones de amor y ternura provocadas por el Señor?
Oración Día 9