DÍA 6: Novena a Nuestra Señora del Buen Viaje como “Iglesia Posta de Caminantes”

Madre enséñanos a ser un pueblo y una Iglesia hospitalaria y acogedora, a hacer honor a nuestra misión de ser la posta, el descanso, el refugio, el auxilio, el ánimo que anima a los caminantes.

(Mons. Jorge Vázquez, Homilía Fiestas Patronales 2018)

Propuesta de oración para cada día

Este esquema es solo una propuesta, que puede adaptarse según convenga las circunstancias. La novena tiene distintos temas, que están acompañados por una cita bíblica. Tiene dos momentos, uno personal o comunitario de preparación para meditar el tema, y un segundo momento celebrativo en el templo. La propuesta sería:

  • Primer momento de preparación
  1. Ponerse en presencia de Dios y Oración inicial a la Virgen del Buen Viaje.
  2. Cita bíblica.
  3. Reflexión y actualización del tema.
  4. Preguntas para ir meditándolo en la propia vida personal y comunitariamente.
  • Segundo momento celebrativo
  1. Ponerse en la presencia de Dios y Oración a la Virgen del Buen Viaje.
  2. Cada día puede tener una intención especial.
  3. Acción de gracias por algún fruto de la meditación del día.
  4. Se puede seguir con el rezo del rosario, o con Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
  5. Oración de conclusión a la Virgen del Buen Viaje.

Día 6
La posta de caminantes como hospital de campaña
Lc. 10, 25-37

En el año 2013, el P Spadaro en una entrevista le preguntaba a Francisco: “¿De qué tiene la Iglesia mayor necesidad en este momento histórico? ¿Hacen falta reformas? ¿Cuáles serían sus deseos para la Iglesia de los próximos años? ¿Qué Iglesia ´sueña´?”. Francisco respondió: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”.
Francisco, con los pies en la tierra, piensa en las heridas que hoy nos tocan vivir, para después poder caminar hacia algún lugar. También a nosotros nos toca pensar en esto, en el momento presente que nos toca y las respuestas que debemos dar. No las que nos gustaría, no las ideales hacia las que podríamos tender. Las que hoy tenemos que atender. Incluso las más incómodas y cuestionadoras. Eso puede requerir dejar o posponer grandes proyectos para acompañar a los que más necesitan.
La mirada que Francisco tiene sobre la Iglesia está contextualizada, y es por eso que dice “Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. No idealiza ni espiritualiza. La que está gravemente herida hoy es la mismísima vida humana, su posibilidad, su legitimidad y sentido. Es importante preguntarse entonces, para discernir qué es lo que la ha herido y la sigue hiriendo, cual es la batalla a la que puede referirse el Papa. Si la Iglesia es posta de caminantes, no podemos hablar de caminos futuros si no nos ocupamos de las heridas presentes. Abordar el tema de las heridas no nos tiene que hacer caer en la tentación de que todo está mal o perdido. En el presente también hay muchas y hermosas realidades, fruto de la creatividad y de los distintos avances humanos. Pero será necesario discernir para evitar pesimismos o falsos optimismos. Por eso es necesario discernir evangélicamente la herida profunda que lastima a la humanidad del hombre actual. Hay que ir en búsqueda de la herida epocal.
En primer lugar, podemos pensar que la herida del mundo tiene que ver con una crisis de la economía provocada por la importancia que se la ha llegado a dar. Desde ella, cada vez más, se comprende toda la realidad, y reduce al ser humano como mero homo economicus, un ser de producción y consumo, sometido a los deseos y apetitos básicos y competencia, que genera explotación del hombre por el hombre. Es lo que Francisco llama la cultura del descarte: “hemos dado inicio a la cultura del ´descarte´ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son ´explotados´ sino desechos, ´sobrantes´”. En esta nueva situación sufren los pobres, y también los ricos que son esclavos de posesiones y posiciones.
Pero se puede dar un paso hacia una herida más profunda, y que, de algún modo, explica la anterior. “En la crisis de la economía se manifiesta una crisis antropológica, una crisis acerca de la comprensión que el hombre actual tiene de sí mismo”.
La racionalidad que junto a la tecnología posibilita al ser humano dar pasos agigantados, le quita también la posibilidad de tomar conciencia, de darse cuenta lo que está pasando y lo que está pasándole. Es el corazón humano quien se enferma, padeciendo los devastadores efectos de la compulsión y del impulso irresistible, que generan depresión, tristeza, y, en lo más profundo, una inconsolable ausencia que afecta al hombre y a Dios. Al hombre, ausencia de lo que hace humano al ser humano. La crisis de racionalidad lo que provoca es que la verdad que antes nos sostenía, ahora somos nosotros quienes tenemos que sostenerla. El peso de la existencia deviene en un modo de vivir “libre” donde no se suma ningún compromiso (visto como un peso), se espera que “alguien” resuelva los propios problemas (me quiten el peso), o simplemente armar un “mundo cómodo” pensando que lo desechado deja de existir (eliminar peso cortando realidad).
La herida, que nos hiere y nos duele, es la de tener que replantearnos nuestra manera de ser humanos. Como nunca, se cargan las tintas en la obligación del hombre de tener que interpretarse a sí mismo de modo exhaustivo y acabado. Podría ser una hermosa oportunidad, pero se vive como una tarea que se lleva adelante con la bronca de lo que no fue, la tristeza de lo que no somos, y la angustia de buscar seguridades en medio de la incertidumbre de no saber hacia dónde ir.
Estas crisis convergentes que llevan a eclipsar el sujeto moderno nos dejan en una pregunta ¿quién ocupará ese lugar vacío? ¿Qué nueva comprensión e interpretación del hombre? No se puede eludir esta situación que heredamos y en la que estamos inmersos. La caída del humanismo progresista ha generado un anti-humanismo o post humanismo, la muerte de Dios y del hombre, y eso ha dejado una herida que aún debemos preguntarnos como asumirla y sanar. En el vacío o vaciamiento también está la oportunidad de la conversión y purificación idolátrica. Es una situación difícil, inédita, pero como dice Francisco: “en todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro; viene del límite humano más que de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es distinto”.
El nuevo “apostolado” de la Iglesia hospital de campaña es el de ser capaz de curar heridas. Y esa tarea no pasa por discursos, sino por acciones concretas que comprometen la vida de quien necesita ser sanado. Para este nuevo apostolado, también es necesario aprender a preguntar: “Que inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar…” ¡Y cuantas veces hacemos preguntas tan inútiles! ¡Cuántas preguntas inútiles para sentir que nos ocupamos, sabiendo que esquivamos lo que realmente tendríamos que preguntar! Hacer preguntas verdaderas, incisivas, que ayuden a exponer la vida que se quiere acompañar y sanar. Solo sabe preguntar quién primero no tuvo miedo de aprender a preguntarse. Tampoco habrá que preguntar si no vamos a querer responder, ni decir soluciones de las que no nos vamos a comprometer. “Supongan que un hermano o hermana andan medio desnudos, o sin el alimento necesario, y uno de ustedes le dice: vayan en paz, abríguense y coman todo lo que quieran; pero no les dan lo que sus cuerpos necesitan, ¿de qué sirve?” (Sant 2,15) Aprender a acompañar las heridas no puede convertirse en un consultorio egocéntrico de alguien que disfruta de dar “las verdades de la vida”. Acompañar las heridas supone obras, y la generosidad de estar dispuesto a completar algo de lo que el herido no puede asumir por el momento. La motivación de hacerlo no es la vanidad, sino Dios que lo ha hecho antes por nosotros.
Entrar en el campo de batalla es una invitación a salir de la comodidad y de la indiferencia. Entrar en el campo de batalla es entrar en el corazón del hombre para descubrir lo que el otro incluso no se atreve a enfrentar solo. Por eso la Iglesia posta de caminantes, hospital de campaña, no experimenta con los doloridos, sino que debe prepararse para entrar en la experiencia del dolor. “Sus servicios deben ser tantos cuantos dolores hay en nuestras zonas” dijo Mons. Novak. En la Iglesia que es hospital de campaña deben plantearse nuevos ministerios que acompañen las nuevas situaciones de dolor. La salida al campo de batalla son las periferias, las fronteras, los conflictos, la oscuridad y la noche. En la misma entrevista Francisco describe el estilo de los ministros que se necesitan: “deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a sus noches y su oscuridad sin perderse”.
Tratar con la vida, curar heridas, y darle salud, será posible porque Dios derrama su Espíritu para la acción en el servicio y será entonces cuando el ministro pueda ser instrumento, y no obstáculo. El ministro debe “entrar en sus noches y oscuridad sin perderse”, es decir, no solo saber andar, sino también esperar. Deben tener la esperanza que supera toda derrota, porque no hay herida que Dios no pueda sanar: la más grande de la historia, la muerte y el pecado, ya han sido sanadas. No hay vida tan destrozada que no se pueda sanar, y creer en esa convicción será muchas veces la tarea más difícil, para el herido, y para el que sana. Se comienza a sanar cuando se encuentra una esperanza verdadera de salud. En latín salus es salud y salvación. La posta de caminantes se transforma en hospital de campaña cuando puede vivir y hacer vivir la alegría de la salvación.

Revisemos nuestro modo de hospedar y acercarnos al dolor de los peregrinos

  • ¿Consideramos que la humanidad con la que nos encontramos puede estar herida? ¿Pensamos en la gravedad de esas heridas en el hombre concreto con el que nos encontramos? ¿Enfrentamos la herida de la crisis del hombre, que no encuentra sentido ni cómo vivir su humanidad? ¿Acompañamos las heridas que generan las presiones y exigencias desbordantes?
  • ¿Cuáles son las heridas de la humanidad en la que vivimos? ¿Cuáles son las heridas que podemos tener los que miramos la realidad, con las cuales podemos estar condicionándola?
  • ¿Enfrentamos las heridas que provocan el hombre reducido a economía y la cultura del descarte? ¿Atendemos las heridas de los ricos? ¿Atendemos las heridas de los pobres? ¿Qué hacemos frente a eso?
  • ¿Enfrentamos la crisis de comprensión de Dios, que puede llevar a posturas críticas o negacionistas? ¿Cuáles son nuestras heridas como creyentes?
  • ¿Abordamos las heridas presentes o preferimos hacer planes y proyectos futuros? ¿Sabemos preguntar a quien tiene una herida para ayudarlo en el camino de su curación? ¿Nuestro compromiso se traduce en obras concretas? ¿Nos formamos para acercarnos y acompañar distintas situaciones de dolor? ¿Acompañamos con esperanza al herido? ¿Sabemos brindarle esperanza?

Oración Día 6

Catedral de Morón

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