Madre enséñanos a ser un pueblo y una Iglesia hospitalaria y acogedora, a hacer honor a nuestra misión de ser la posta, el
descanso, el refugio, el auxilio, el ánimo que anima a los caminantes.(Mons. Jorge Vázquez, Homilía fiestas patronales 2018)
Propuesta de oración para cada día
Este esquema es solo una propuesta, que puede adaptarse según convenga las circunstancias.
La novena tiene distintos temas, que están acompañados por una cita bíblica. Tiene dos
momentos, uno personal o comunitario de preparación para meditar el tema, y un segundo
momento celebrativo en el templo. La propuesta sería:
- Primer momento de preparación
- Ponerse en presencia de Dios y Oración inicial a la Virgen del Buen Viaje
- Cita bíblica
- Reflexión y actualización del tema
- Preguntas para ir meditándolo en la propia vida personal y comunitariamente.
- Segundo momento celebrativo
- Ponerse en la presencia de Dios y Oración a la Virgen del Buen Viaje
- Cada día puede tener una intención especial
- Acción de gracias por algún fruto de la meditación del día
- Se puede seguir con el rezo del rosario, o con Padrenuestro, Avemaría y Gloria
- Oración de conclusión a la Virgen del Buen Viaje
Día 2
Hospitalidad, conversión y discipulado. Peligros de la posesión y la prisa
Lc. 10, 38- 42
Para poder profundizar en el tema de la hospitalidad, nos conviene tener una posición de discípulos. Una cosa es pensar en hospitalidad, y otra distinta su ejercicio. Una cosa es pensar cómo puedo hospedar, y otra distinta es tener alguien enfrente para hacerlo, porque no siempre sabemos reaccionar o actuar de la mejor manera.
En el Evangelio de Lucas encontramos una escena interesante para nuestro abordaje: el encuentro de Jesús con Marta y María (Lc 10, 38- 42). Allí vemos que el servicio puede tener dos dinámicas con leyes y criterios distintos: los que sirven desde las cosas de este mundo (= Marta); y los que sirven desde la voluntad de Dios (= María), que necesariamente lleva la experiencia de vida a la oración. Veamos estas dos dinámicas.
Marta nos ilustra la primera dinámica. Podríamos decir que por Marta llegó Jesús a María, ella fue el instrumento de ese encuentro, y en ese sentido, un bien invalorable para su hermana. Pero no es suficiente, porque también Marta parece la dueña de la casa: es “su” casa. Ella puede invitar, recibir, o marginar. Sentirse dueño de un lugar es disponer a propio antojo de quien entra, sale o queda afuera. Tener posesión de un lugar puede llevarnos a creer que los otros también son posesiones de las que puedo apropiarme o descartar. Disponer de la casa puede llevarnos a disponer de vidas que no son nuestras. Y cuando queda ese modo de actuar, podemos aplicarlo también en lugares que no son nuestros. Marta cree que le está diciendo a Jesús una verdad de su modo de ser y actuar. Pero esa es una conclusión de lo que supone sin comprobarlo. Dice lo que le parece, sin pensar ni discernir. Pone en Jesús un problema (no te importa) cuando lo que expresa es su propio sentimiento (no me siento importante). A pesar de decirle Maestro, Marta se desubica y quiere enseñarle. Marta le da órdenes a Jesús (dile que me ayude) y espera que confirme su autoridad frente a María. Le dice a Jesús lo que tiene que hacer pensando qué es lo mejor para ella y para su hermana. Se pone a dar órdenes, en vez de obedecer. Puede mezclarse en ella el deseo de “servirlo mejor” con los sentimientos sobre su hermana a la que quiere dominar. En el nombre de Dios podemos hacer cosas que en realidad, solo son una justificación de nuestra fragilidad o pecado. Una buena causa, una mala motivación. Marta piensa que María está perdiendo el tiempo. Ella está en una dinámica de utilidad y producción, de hacer y ser eficiente, de acciones que se plasman en cosas visibles. Desde esa lógica, lo que María hace no tiene sentido y pierde el tiempo. Lo importante está haciéndolo ella. Y así va diciendo que es lo importante y que no, imponiendo sus leyes y criterios. Marta se agita y se preocupa. No se da cuenta de su estado interior, y es Jesús quien le hace de espejo. Podemos caer en el error de pensar que por estar en las cosas de Dios somos automáticamente espirituales. O creer que por hacer muchas cosas tenemos más fe. Buscando un aparente bien, que Jesús este cómodo en su casa, pierde su bienestar, su tranquilidad, su paz. En lugar de que el servicio dilate su corazón con actos de amor, termina encerrada en sus preocupaciones. Porque la pre-ocupación de sus pensamientos no deja lugar a la ocupación. Así pierde presencia y calidad de servicio. Marta necesita tener algo (la casa) y hacer algo (servir) para sentir que tiene derecho o méritos. Cree que se “ganó” la visita, que “le es debida” y no que Jesús pasa porque quiere. Marta piensa que tiene que ganarse o comprar el amor, si no tuviera nada, si no hiciera nada, ¿sería alguien capaz de aceptarla y amarla por lo que ella es? No conoce la libertad y gratuidad de Jesús para amarla por sí misma, antes e incluso más allá de lo que haga. Marta prefiere estar en las cosas de Jesús, y no con Jesús. En el fondo, Marta nos muestra como a veces preferimos quedarnos sirviendo a los demás y postergando nuestra relación personal con el Señor. El servicio también puede ser un entretenimiento o escape para no enfrentarnos con las cuestiones más profundas. Mirar hacia afuera, para no tener que mirar hacia adentro. El encuentro íntimo con Dios puede generarnos miedo o vergüenza, y podemos evitarlo compensándolo con otras cosas. En el fondo, el miedo más grande puede ser que al encontrarnos con Dios, nos encontremos con nuestra verdad.
María representa la otra dinámica: “Sentarse a sus pies”. No es una actitud cómoda o descomprometida, sino al contrario. “Sentarse” requiere cortar el ritmo de lo que uno venía haciendo y ponerse a los pies del Maestro para ser formados y recibir conocimientos. Requiere renuncia, disposición y generosidad. “Sentarse” invita a mirar con atención, a contemplar, a ir más allá de los impulsos e instintos. Estar reaccionando siempre a cada impulso termina agotando y enfermando. Por eso, hay que purificar la concepción de que ser libre es hacer muchas cosas, que ser activo es producir en el exterior de uno y que eso automáticamente transforma positivamente la realidad. El Señor señala como la primera y mejor parte, no la única, la que elige María. “Sentarse” y dar tiempo ayuda a tomar conciencia y darnos cuenta frente a quien se está. El discípulo de Jesús se sienta alrededor de Él para recibir su enseñanza y para que arda su corazón con el conocimiento de Dios. No es una escucha pasiva, contemplar su Palabra debe ir transformándonos por la fuerza de su espíritu. El auténtico discípulo es aquel que no busca alimentar al Maestro empleando para ello una frenética actividad, sino aquel que se alimenta del Maestro sentándose a sus pies. María también tiene su fragilidad y pecado, sus preocupaciones, problemas e interrogantes, sus luchas interiores. Pero escucha, y es la mejor respuesta a la turbación del alma. ¿Por qué es importante escuchar la Palabra de Jesús? Quien no es capaz de darse tiempo y serenidad para sentarse “a los pies de Jesús” pone en peligro su identidad de discípulo por no escuchar a su Señor. Un discípulo no es tal por seguir sin reflexionar la dinámica impuesta por la vida, sino por darle dinámica evangelizadora a la vida. Los deseos (aún con la mejor voluntad) por transformar y evangelizar el mundo, sin la escucha frecuente y atenta del Señor, pueden terminar errando su objetivo y terminar construyendo los propios intereses y proyectos.
Revisemos la actitud de conversión en la Posta para poder hospedar como discípulos
- ¿Nos creemos dueños de los lugares imponiendo nuestros criterios? ¿Tratamos en las “casas” a los demás como si fueran objetos disponibles a nuestro antojo?
- Cuando surgen conflictos, ¿planteamos nuestras hipótesis como si fueran la verdad absoluta? ¿Puedo discernir mi parte? ¿Pongo los problemas en el otro o reviso si no es parte de mi malestar?
- ¿Tenemos criterios de utilidad y producción, de efectividad como si fuéramos una empresa? ¿Estamos agitados y agobiados? ¿Qué hacemos frente a eso?
- ¿Es nuestro estar en la Iglesia y nuestras tareas un modo de intentar ganarnos el amor de Dios y de los demás? ¿Creemos que somos amados por nosotros mismos y no por lo que hagamos?
- ¿Dedico tiempo al encuentro personal con el Señor o me justifico diciendo que las tareas me quitan el tiempo? ¿Podemos sentarnos, es decir, cortar el ritmo frenético de las cosas para escuchar serenamente al Señor? ¿Podemos sentarnos para tomar conciencia de quien es el Señor para recibir y alimentarnos de su enseñanza?
- ¿Buscamos darle una dinámica evangelizadora a nuestra vida cotidiana?